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Autopercepción nerviosa. Una forma de percepción olvidada y que nos introduce a la percepción energética.

Foto del escritor: Ignacio Fernández Ignacio Fernández

Con el término autopercepción nerviosa hago referencia a la capacidad

que tiene nuestro sistema nervioso de percibirse a sí

mismo. Capacidad que comprende dos cualidades ligeramente

diferentes, pero íntimamente relacionadas. Por un lado, atiende

a una suerte de interocepción bioeléctrica, que es la capacidad

para percibir la conducción de los impulsos nerviosos por

nuestro cuerpo; impulsos de naturaleza bioeléctrica y de ahí su

nombre. Por otro lado y a partir de la anterior, atiende a la

propiocepción nerviosa, que es la capacidad para percibir la

estructura física de nuestro sistema nervioso y, por ende, las

estructuras de nuestro cuerpo que están inervadas por él.


Hasta aquí no he mencionado nada que no esté aceptado por la

ciencia actual, lo que se puede esquematizar del siguiente modo:

 

CUERPO FÍSICO <-> ENERGÍA BIOELÉCTRICA <-> MENTE

 

La autopercepción nerviosa representa para mí algo tan inmediato

y obvio como lo es mi capacidad auditiva u olfativa, pero

esto no fue siempre así. Dicha capacidad la fui desarrollando

poco a poco, a raíz de la lesión de espalda que sufrí de joven

y como forma de manejar el dolor crónico que experimentaba.

Pero hasta entonces era algo que nunca había creído posible.


Hablar de autopercepción nerviosa representa un gran reto,

pues señala hacia la capacidad de percepción energética del ser

humano, algo que huele a viejas pretensiones parapsicológicas

y pseudocientíficas; se trata sin duda de un terreno resbaladizo

en el que aflora la polémica con facilidad. La aproximación que

yo propongo atiende a la vez la dimensión científica del conocimiento

y la experiencia vivencial asequible a toda persona, lo

que puede aportar una visión que deje de lado esas asociaciones

manidas y superar viejas disputas, para abrir una nueva mirada

y beneficiar al lector en su día a día. Se trata sin duda de un aspecto

muy importante de nuestra naturaleza que suele quedar

desatendida.


Hoy disponemos de evidencias científicas que permiten plantearnos

seriamente esta capacidad perceptiva del ser humano,

aunque es cierto también que dichas evidencias no son suficientes

aún para forzar las viejas resistencias que lastran este aspecto

de nuestra biología. Dicho lo anterior, opino que la mejor

forma de introducir la autopercepción nerviosa es hablando de

la parestesia.


La parestesia1 se define como una manifestación anormal de la

conducción nerviosa, que afecta a cualquier parte de su recorrido

y que produce diferentes sensaciones como ardor, entumecimiento,

hormigueo, picazón o escozor. Expresado así igual nos

resulta un poco ajeno, pero se refiere a algo tan común como

puede ser la sensación de entumecimiento que experimentamos

cuando nos quedamos dormidos sobre un brazo o la corriente

que sentimos cuando nos golpeamos cierto punto del codo.

Las causas que pueden generar parestesia son múltiples y las

podemos agrupar en siete categorías generales, la mayoría de

ellas relacionadas entre sí:


• Físicas. Entre las físicas encontramos desde la opresión,

el pinzamiento, el aplastamiento, la destrucción o la inflamación

de un nervio. Estas causas pueden ser desde leves a

graves e incluyen situaciones tan comunes como la ciática,

el latigazo cervical, la estenosis lumbar, el túnel carpiano, la

hernia de disco, los tumores, las quemaduras, etc.

• Bioquímicas. Cualquier alteración del equilibrio químico

que afecte a la conducción nerviosa puede generar parestesia.

Entre otras encontramos la hiperventilación, deshidratación,

el suministro de sangre insuficiente, las carencias

nutricionales (vitaminas B1, B12, B5 o B6), la diabetes, el

hipotiroidismo, la menopausia, la desregulación metabólica

de iones como el calcio, sodio o potasio, etc.

• Psicológicas. Factores como la ansiedad, los ataques de

pánico, la depresión o las convulsiones, entre otras, pueden

ser causa de parestesia.

• Autoinmunes. Condiciones como la esclerosis múltiple,

el lupus eritematoso sistémico, la artritis o la fibromialgia

pueden producir un ataque inmunológico a las fibras nerviosas

y generar parestesia.

• Infecciosas. Cualquier infección que afecte al tejido nervioso

es susceptible de generar parestesia, como la meningitis,

el herpes simple, la borrelia, etc.

• Procesos tumorales. Los tumores pueden afectar al tejido

nervioso y, así, afectar a la conducción nerviosa y producir

parestesia.

• Toxicidad. Las toxinas pueden tanto alterar la naturaleza

de la fibra nerviosa como alterar la conducción de los

impulsos eléctricos. Entre las toxinas que pueden generar

parestesia encontramos el alcohol, medicamentos y sustancias

químicas como el mercurio, arsénico, plomo, óxido

nitroso o el monóxido de carbono.


Como se puede observar, muchas de las causas que pueden producir

parestesia son muy leves, inofensivas o incluso cotidianas,

como pueden ser la hiperventilación, la interrupción leve de la

circulación sanguínea o el aplastamiento suave. Aunque de todas

ellas las que más me interesan son las psicológicas. He mencionado

que hay condiciones comunes como la depresión o la

ansiedad que pueden llegar a generar parestesia. Obviamente

estos casos también pueden estar asociados a condicionantes de

otro tipo, como bioquímicos, infecciosos, toxinas o autoinmunes

que podrían incidir en la aparición de la parestesia. En cambio,

la experiencia me lleva a pensar que los propios procesos mentales,

como por ejemplo la atención, son suficientes para activar

esa sensación en las vías nerviosas.


Alguien podría preguntarse cómo es posible llevar la atención

hacia una sensación que no se percibe normalmente, pero es

algo parecido a afinar el oído para escuchar sonidos de baja

intensidad. Con la particularidad de que en este caso podemos

intensificar la sensación a voluntad, por ejemplo, estimulando

la circulación sanguínea o la contracción muscular en una zona,

para luego llevar la atención hacia ella para mantener activa

la percepción. Otra posibilidad es buscar algún dolor leve que

tengamos en el cuerpo y jugar con la atención para modular el

flujo nervioso a la zona. Todos aprendemos de pequeños que la

atención sobre un dolor puede hacerlo más intenso o más leve

dependiendo del caso, y usamos habitualmente esta habilidad

para modular la percepción del dolor. La cognición humana se

caracteriza por su fluidez, lo que la hace muy modulable y potencialmente

selectiva para ciertos estímulos mediante la atención,

proceso que se presta al aprendizaje.


En mi experiencia la autopercepción nerviosa representa una

variable biológica ineludible en el proceso de evolución cognitiva

del ser humano. Una cualidad que, si no la atendemos adecuadamente,

acaba manifestándose de forma anómala. Su omisión

dentro de los sentidos podría explicarse de la misma forma que

la omisión de la interocepción en nuestra sociedad y la ciencia

médica: una expresión de nuestra realidad íntima que tendemos

a negar llevándola al inconsciente, donde acaba formando parte de

la sombra y queda reducida así a una suerte de aberración o

patología médica.


Una posible objeción a esta hipótesis es que la autopercepción

nerviosa podría ser, más que un sentido como tal, una forma de

amplificación sensorial o el resultado de forzar un proceso fisiológico

fuera de su estado saludable. Yo no voy a entrar en esa

disquisición pues no poseo referencias científicas al respecto y

entraríamos en un terreno pantanoso. También podría ser que

se tratara de una exaptación, o sea, una aplicación inusual de

algo que cumplía hasta entonces otra función dentro de la evolución.

Pero quién sabe, también podría tratarse de una propiedad

emergente fruto de nuestra singularidad cognitiva como especie.

Sea como fuere, sobre lo que pretendo llamar la atención no

es sobre su origen sino sobre las posibilidades y beneficios que

aporta al individuo, pues creo firmemente que la autopercepción

nerviosa es una capacidad de nuestra mente que nos acerca

más a la realidad y a nosotros mismos; una cualidad adaptativa

del ser humano.


Sostengo la hipótesis de que la autopercepción nerviosa nos

permite generar una especie de esquema energético corporal,

que completaría nuestro esquema corporal como lo definí anteriormente.

Pero no es solo esto, la autopercepción nerviosa

representa una forma de metapercepción, es decir, una forma de

percepción del sistema nervioso sobre sí mismo, en mi opinión,

la forma más refinada de percepción a la que podemos acceder,

la que genera un proceso cognitivo más profundo y la que desarrolla

un proceso de encarnación del yo-mismo más robusto,

satisfactorio y adaptativo. Visto así la autopercepción nerviosa

puede entenderse como una forma de percepción integradora

de todas las demás manifestaciones perceptivas; lo que permite

al organismo generar una imagen del yo-mismo mucho más

completa y resiliente ante las fluctuaciones internas y externas.


En el marco del autoengaño, todos los sesgos cognitivos los

definíamos como sesgos psicológicos, pero también es plausible

afirmar que estos se sostienen sobre sesgos neurológicos, es

decir, bioeléctricos al fin y al cabo. Se podría esquematizar así:

 

SESGOS FISIOLÓGICOS <-> SESGOS BIOELÉCTRICOS <->SESGOS COGNITIVOS

 

La experiencia me muestra que trabajar sobre la autopercepción

nerviosa resulta una estrategia inestimable para abordar los autoengaños

y sabotajes. Añadiendo así un elemento más, junto

al trabajo corporal, que debe ser tenido en cuenta a la hora de

abordar los engaños con éxito.



1. VACCARO, A., RAHIMI-MOVAGHAR, V., SHARIF-ALHOSEINI, M. (2012). “Underlying

Causes of Paresthesia”. En Imbelloni, L.E. Paresthesia. Rijeka, Croacia: In

2019].



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