
Con el término autopercepción nerviosa hago referencia a la capacidad
que tiene nuestro sistema nervioso de percibirse a sí
mismo. Capacidad que comprende dos cualidades ligeramente
diferentes, pero íntimamente relacionadas. Por un lado, atiende
a una suerte de interocepción bioeléctrica, que es la capacidad
para percibir la conducción de los impulsos nerviosos por
nuestro cuerpo; impulsos de naturaleza bioeléctrica y de ahí su
nombre. Por otro lado y a partir de la anterior, atiende a la
propiocepción nerviosa, que es la capacidad para percibir la
estructura física de nuestro sistema nervioso y, por ende, las
estructuras de nuestro cuerpo que están inervadas por él.
Hasta aquí no he mencionado nada que no esté aceptado por la
ciencia actual, lo que se puede esquematizar del siguiente modo:
CUERPO FÍSICO <-> ENERGÍA BIOELÉCTRICA <-> MENTE
La autopercepción nerviosa representa para mí algo tan inmediato
y obvio como lo es mi capacidad auditiva u olfativa, pero
esto no fue siempre así. Dicha capacidad la fui desarrollando
poco a poco, a raíz de la lesión de espalda que sufrí de joven
y como forma de manejar el dolor crónico que experimentaba.
Pero hasta entonces era algo que nunca había creído posible.
Hablar de autopercepción nerviosa representa un gran reto,
pues señala hacia la capacidad de percepción energética del ser
humano, algo que huele a viejas pretensiones parapsicológicas
y pseudocientíficas; se trata sin duda de un terreno resbaladizo
en el que aflora la polémica con facilidad. La aproximación que
yo propongo atiende a la vez la dimensión científica del conocimiento
y la experiencia vivencial asequible a toda persona, lo
que puede aportar una visión que deje de lado esas asociaciones
manidas y superar viejas disputas, para abrir una nueva mirada
y beneficiar al lector en su día a día. Se trata sin duda de un aspecto
muy importante de nuestra naturaleza que suele quedar
desatendida.
Hoy disponemos de evidencias científicas que permiten plantearnos
seriamente esta capacidad perceptiva del ser humano,
aunque es cierto también que dichas evidencias no son suficientes
aún para forzar las viejas resistencias que lastran este aspecto
de nuestra biología. Dicho lo anterior, opino que la mejor
forma de introducir la autopercepción nerviosa es hablando de
la parestesia.
La parestesia1 se define como una manifestación anormal de la
conducción nerviosa, que afecta a cualquier parte de su recorrido
y que produce diferentes sensaciones como ardor, entumecimiento,
hormigueo, picazón o escozor. Expresado así igual nos
resulta un poco ajeno, pero se refiere a algo tan común como
puede ser la sensación de entumecimiento que experimentamos
cuando nos quedamos dormidos sobre un brazo o la corriente
que sentimos cuando nos golpeamos cierto punto del codo.
Las causas que pueden generar parestesia son múltiples y las
podemos agrupar en siete categorías generales, la mayoría de
ellas relacionadas entre sí:
• Físicas. Entre las físicas encontramos desde la opresión,
el pinzamiento, el aplastamiento, la destrucción o la inflamación
de un nervio. Estas causas pueden ser desde leves a
graves e incluyen situaciones tan comunes como la ciática,
el latigazo cervical, la estenosis lumbar, el túnel carpiano, la
hernia de disco, los tumores, las quemaduras, etc.
• Bioquímicas. Cualquier alteración del equilibrio químico
que afecte a la conducción nerviosa puede generar parestesia.
Entre otras encontramos la hiperventilación, deshidratación,
el suministro de sangre insuficiente, las carencias
nutricionales (vitaminas B1, B12, B5 o B6), la diabetes, el
hipotiroidismo, la menopausia, la desregulación metabólica
de iones como el calcio, sodio o potasio, etc.
• Psicológicas. Factores como la ansiedad, los ataques de
pánico, la depresión o las convulsiones, entre otras, pueden
ser causa de parestesia.
• Autoinmunes. Condiciones como la esclerosis múltiple,
el lupus eritematoso sistémico, la artritis o la fibromialgia
pueden producir un ataque inmunológico a las fibras nerviosas
y generar parestesia.
• Infecciosas. Cualquier infección que afecte al tejido nervioso
es susceptible de generar parestesia, como la meningitis,
el herpes simple, la borrelia, etc.
• Procesos tumorales. Los tumores pueden afectar al tejido
nervioso y, así, afectar a la conducción nerviosa y producir
parestesia.
• Toxicidad. Las toxinas pueden tanto alterar la naturaleza
de la fibra nerviosa como alterar la conducción de los
impulsos eléctricos. Entre las toxinas que pueden generar
parestesia encontramos el alcohol, medicamentos y sustancias
químicas como el mercurio, arsénico, plomo, óxido
nitroso o el monóxido de carbono.
Como se puede observar, muchas de las causas que pueden producir
parestesia son muy leves, inofensivas o incluso cotidianas,
como pueden ser la hiperventilación, la interrupción leve de la
circulación sanguínea o el aplastamiento suave. Aunque de todas
ellas las que más me interesan son las psicológicas. He mencionado
que hay condiciones comunes como la depresión o la
ansiedad que pueden llegar a generar parestesia. Obviamente
estos casos también pueden estar asociados a condicionantes de
otro tipo, como bioquímicos, infecciosos, toxinas o autoinmunes
que podrían incidir en la aparición de la parestesia. En cambio,
la experiencia me lleva a pensar que los propios procesos mentales,
como por ejemplo la atención, son suficientes para activar
esa sensación en las vías nerviosas.
Alguien podría preguntarse cómo es posible llevar la atención
hacia una sensación que no se percibe normalmente, pero es
algo parecido a afinar el oído para escuchar sonidos de baja
intensidad. Con la particularidad de que en este caso podemos
intensificar la sensación a voluntad, por ejemplo, estimulando
la circulación sanguínea o la contracción muscular en una zona,
para luego llevar la atención hacia ella para mantener activa
la percepción. Otra posibilidad es buscar algún dolor leve que
tengamos en el cuerpo y jugar con la atención para modular el
flujo nervioso a la zona. Todos aprendemos de pequeños que la
atención sobre un dolor puede hacerlo más intenso o más leve
dependiendo del caso, y usamos habitualmente esta habilidad
para modular la percepción del dolor. La cognición humana se
caracteriza por su fluidez, lo que la hace muy modulable y potencialmente
selectiva para ciertos estímulos mediante la atención,
proceso que se presta al aprendizaje.
En mi experiencia la autopercepción nerviosa representa una
variable biológica ineludible en el proceso de evolución cognitiva
del ser humano. Una cualidad que, si no la atendemos adecuadamente,
acaba manifestándose de forma anómala. Su omisión
dentro de los sentidos podría explicarse de la misma forma que
la omisión de la interocepción en nuestra sociedad y la ciencia
médica: una expresión de nuestra realidad íntima que tendemos
a negar llevándola al inconsciente, donde acaba formando parte de
la sombra y queda reducida así a una suerte de aberración o
patología médica.
Una posible objeción a esta hipótesis es que la autopercepción
nerviosa podría ser, más que un sentido como tal, una forma de
amplificación sensorial o el resultado de forzar un proceso fisiológico
fuera de su estado saludable. Yo no voy a entrar en esa
disquisición pues no poseo referencias científicas al respecto y
entraríamos en un terreno pantanoso. También podría ser que
se tratara de una exaptación, o sea, una aplicación inusual de
algo que cumplía hasta entonces otra función dentro de la evolución.
Pero quién sabe, también podría tratarse de una propiedad
emergente fruto de nuestra singularidad cognitiva como especie.
Sea como fuere, sobre lo que pretendo llamar la atención no
es sobre su origen sino sobre las posibilidades y beneficios que
aporta al individuo, pues creo firmemente que la autopercepción
nerviosa es una capacidad de nuestra mente que nos acerca
más a la realidad y a nosotros mismos; una cualidad adaptativa
del ser humano.
Sostengo la hipótesis de que la autopercepción nerviosa nos
permite generar una especie de esquema energético corporal,
que completaría nuestro esquema corporal como lo definí anteriormente.
Pero no es solo esto, la autopercepción nerviosa
representa una forma de metapercepción, es decir, una forma de
percepción del sistema nervioso sobre sí mismo, en mi opinión,
la forma más refinada de percepción a la que podemos acceder,
la que genera un proceso cognitivo más profundo y la que desarrolla
un proceso de encarnación del yo-mismo más robusto,
satisfactorio y adaptativo. Visto así la autopercepción nerviosa
puede entenderse como una forma de percepción integradora
de todas las demás manifestaciones perceptivas; lo que permite
al organismo generar una imagen del yo-mismo mucho más
completa y resiliente ante las fluctuaciones internas y externas.
En el marco del autoengaño, todos los sesgos cognitivos los
definíamos como sesgos psicológicos, pero también es plausible
afirmar que estos se sostienen sobre sesgos neurológicos, es
decir, bioeléctricos al fin y al cabo. Se podría esquematizar así:
SESGOS FISIOLÓGICOS <-> SESGOS BIOELÉCTRICOS <->SESGOS COGNITIVOS
La experiencia me muestra que trabajar sobre la autopercepción
nerviosa resulta una estrategia inestimable para abordar los autoengaños
y sabotajes. Añadiendo así un elemento más, junto
al trabajo corporal, que debe ser tenido en cuenta a la hora de
abordar los engaños con éxito.
1. VACCARO, A., RAHIMI-MOVAGHAR, V., SHARIF-ALHOSEINI, M. (2012). “Underlying
Causes of Paresthesia”. En Imbelloni, L.E. Paresthesia. Rijeka, Croacia: In
Tech. http://cdn.intechopen.com/pdfs-wm/29764.pdf [Consulta: 13 junio
2019].
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